24/7/12

Más cestos

El otro día hablaba de los cestos de cuerda que aprendí a hacer de rebote en un curso de cestería. Pues hoy traigo los cestos "oficiales" que aprendíamos a hacer:
No son todos míos, no! Esta fue la producción total del curso... entre todos... y el más grande es del profe!!


mi primer cesto!! ¡qué orgullosa me sentí!



De madera de avellano. Lo primero era ir al monte, buscar un sitio con muchos avellanos y cortar ramas adecuadas: rectas, nacidas del pie (no de otra rama), sin nudos, y mejor cuanto más blanca se vea la corteza. Mejor cortarlas en invierno, para que no tengan savia, y mejor aún en menguante. Hacen falta varas bastante largas, que luego ya se encargan ellas de romperse a medio proceso, y de grosor según lo que necesitemos para el cesto: unas de un par de centímetros de diámetro para sacar bringas (estos son los bringueiros) y otras de algo más del ancho que queramos en las costelas (son los costeleiros).



Ya tienes la madera, que es como no tener nada: hay que tostarla. Los bringueiros a la llama, más bien chamuscados, y los costeleiros a fuego más lento (metidos en la base de las llamas de una hoguera, por ejemplo, o en un horno de leña), porque tienen que "cocer" hasta dentro.

El segundo, muy a mi aire, improvisando... para variar!




Ahora toca fender los costeleiros, en caliente: se parten al medio dándloles un corte en un extremo, y a pura fuerza de brazo se va separando en dos mitades, con tiento para que sean dos mitades y no salga uno más gordo que el otro, ni se tuerza el corte. Después, cada mitad se abre otra vez al medio, y así sucesivamente hasta tener láminas de pocos milímetros.

Entonces se ponen en un tablón, y se apresa en algún invento de tecnología punta: los peldaños de una escalera de mano, o dos tacos de madera clavados en un poste, o un agujero en una puerta de madera... lo que sea que permita tener el tablón sujeto e inclinado hacia nuestra barriga. En ese punto, raseiro en mano, se empieza a cepillar la costela por uno y otro lado, hasta conseguir una lámina lisa, de grosor uniforme y flexible. Sobre todo flexible.

A nuestras flamantes costelas sólo les falta pulirles los bordes a navaja, retirando los restos de corteza y dejándolas lo más rectas posible (son las tiras anchas que forman el cesto).

Las bringas (las tiras más estrechas que alternan con las costelas y "cosen" el aro de arriba) se sacan con la madera ya fría, y a navaja: se corta un poco cerca del extremo, y flexionando la vara con la mano se va separando una tira algo más gruesa que la corteza. Se va tirando más de uno u otro lado para que el grosor se mantenga uniforme, hasta llegar al final de la vara. Y así todo alrededor de la vara, dejando el centro reservado para hacer los aros del cesto.

Mi obra maestra: el cesto para ir a setas. Qué bien me quedó... aunque quede mal que lo diga yo!!
A estas tiras hay que pelarles la corteza a navaja, y después labrarlas hasta conseguir bringas estrechas, rectas y de grosor uniforme. Y muy, muy flexibles. Si alguna es muy gruesa, puede abrirse a la mitad, cuidando quedarnos con la parte exterior (la que iba pegada a la corteza) que será la adecuada para el cesto. La parte interior puede aprovecharse para sujetar las costelas al empezar a armar el cesto, pero no son buenas para el cesto en sí.
Con recortes de hacer el grande, saqué este para el pan...

Y ahora, sí que tenemos el material para empezar a hacer un cesto! Qué razón tenían los viejos, con su refrán "el que hizo un cesto hizo un ciento, dándole bringas y tiempo". Si te dan las bringas, hacer el cesto es pan comido...

... ¡cualquiera tira nada, con lo que cuesta preparar la madera!

Cuando llegas a este punto, si no lo mandas a freír espárragos antes, llega la parte de disfrutar: se entrecruzan las costelas que forman la base, se doblan hacia arriba y se atan (con una bringa mala... o con una cuerda, vaya!) y vas alternando costelas y bringas según quieras, ensanchando hacia arriba o no, y dándole la altura que te parezca -dentro de lo que las costelas permitan- Al final se agujerea con un hierro al rojo (con una estañadora eléctrica en mi caso, que en casa no hago fogatas y soy muy de fusión cultural...) para "coser" los aros con una bringa larga, y se aprovecha la "costura" para sujetar el asa. Aquí se deja rienda suelta a la imaginación, y con la estañadora bien caliente se va chamuscando la madera dejando la decoración que más nos apetezca... o la que seamos capaces, que no es tan fácil como parece!!


Y con los recortes que sobran al terminar cada uno, salen miniaturas como estas:
Son los más difíciles de hacer con diferencia, y encima no sirven para nada, pero son graciosos. Inmensa tontería humana, cómo nos gusta lo superfluo!!


Estos son todos los que hice en el curso:


Más adelante hice otro (el profe me trajo la madera ya preparada, en plan favor, no es que montase la carpintería en el salón) pero no está visible... :S

Ahora están en uso: los dos primeros con nueces y avellanas, el mayor va a setas de vez en cuando, el del pan en realidad contiene ajos y cebollas... y los pequeñajos se los dejo a veces a Nel y Chus, para que lleven canicas y cosas por el estilo.

Porque dicen que si no los usas, "si no les mandas nada", se estropean en seguida, les gusta la vida activa. Y yo quiero que me duren, por lo menos, hasta que sea mayor y viva en una casa con terreno... que a ver quién es la guapa que se pone a tostar madera, cepillarla y labrarla dentro de un piso!!

2 comentarios:

  1. Ala, que bonitos!!! Mi abuela tiene uno de esos con los huevos, lo recuerdo de toda la vida en su casa.

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    1. Así que dura bastante, no? Me alegra saberlo! A ver si mis nietos llegan a conocer alguno...

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